jueves, 30 de noviembre de 2006

CUMPLEAÑOS


Hoy, este blog cumple un año, a pesar de los seis meses de inanición. Recordemos tan señalada fecha, al menos, con unas palabras y una foto:

Descubrí que lo que había deseado toda mi vida no era vivir -si se llama vida a lo que otros hacen-, sino expresarme. Comprendí que nunca había sentido el menor interés por vivir, sino sólo por lo que ahora estoy haciendo, algo que es paralelo a la vida, pertenece a ella al mismo tiempo, y la sobrepasa. Lo verdadero me interesa poco o nada, y tampoco lo real, siquiera; sólo me interesa lo que imagino ser, lo que había asfixiado día a día para vivir. (...) Desde la infancia me veo tras la pista de ese espectro, sin disfrutar de nada, sin desear otra cosa que ese poder, esa capacidad.

"Trópico de Capricornio", Henry Miller

viernes, 16 de junio de 2006

SOY UN POCO MÁS ANIMAL

Como otros que en su tiempo
ansiaron en lo más profundo ser un piel roja,
yo a veces quisiera ser un animal,
en el buen sentido de la palabra,
vivir un poco más por instinto.
Quiero decir,
no leer los libros que recomiendan
los suplementos culturales,
ni comer en los restaurantes
de los que más se habla en la tele,
ni follar porque Lorena Berdún dice
que follar es bueno.

Ser un animal,
o lo que es lo mismo,
no ser hombre, ni mujer,
ni siquiera me gustaría ser niño,
sino tan sólo un animal salvaje.
Como un oso de la montaña,
o un lobo que se relame tras la caza.
Quisiera, tal vez, ser como un águila,
que tiene su guarida en las rocas,
en las cumbres más altas.
O como un mochuelo,
que vuela con el pecho hinchado,
que apenas toca las puntas del trigo,
aún verde.

miércoles, 7 de junio de 2006

TYPICAL

Para situarnos: duermo en calzoncillos por gentileza de Spanair o Tunisair (una de las dos, o las dos, no lo sé) que han extraviado mi pijama, además de la maleta con toda la demás ropa. Al otro lado del cristal se escucha el tráfico nocturno de una ciudad bulliciosa, con sus terrazas llenas de gente que toma te en la avenida principal. Pero lo que realmente me tiene fascinado es el canal internacional de Televisión Española. En la pantalla aparece un joven no muy alto, pero apuesto y delgado, que se sujeta los faldones de la chaqueta que viste y se arranca a bailar flamenco mientras suena la guitarra de un tipo a su lado. Baila con pasión, con sangre, golpeándose los muslos con las manos, dando palmas y levantándose una y mil veces la chaqueta, sin dejar de taconear y dar vueltas sin descanso. Al lado de la guitarra, una mujer canta: "¡Gitano, me quiere malamenteeeeiaouuuu....". Detrás de ella, otras dos tocan las palmas. Lo más fascinante no es la serenidad del guitarrista, ni la pasión del bailarín, ni la garganta tensa de la cantaora, ni tampoco la inquietante presencia de las dos palmeras. Ni siquiera es la luz lateral de un foco que ilumina la escena, que se sefleja en algún espejo y acentúa unos marcados claroscuros que dan a la escena un aire tabernario, profundo y desgarrado. No puedo apartar la vista de la pantalla: son todos japoneses, y no es España, es Tokyo. Poco más, así que a dormir. Esto es Túnez, y ya es 4 de junio de 2006.

miércoles, 24 de mayo de 2006

VIAJE

Es curioso que aquella canción no sonó ni una sola vez durante todo el viaje a París, y sin embargo me recuerde a ese viaje. Ni siquiera habla de esa ciudad. Le encontré una explicación en el hecho de que, al poco tiempo de volver de París, escribí un relato de ciento cincuenta y siete páginas sobre ese viaje, y la maldita canción sonaba una y otra vez en la radio. El problema es que en ese relato no contaba mi viaje, sino el de mi alter ego adolescente, que hacía el viaje y le pasaban casi las mismas cosas que a mí, en mi mismo recorrido y experiencia, pero tal y como me hubiera gustado que fueran, no como en realidad habían sido. Por eso, cuando escucho la canción recuerdo la modorra que nos invadió a todos una tarde en París, con las calles húmedas por la reciente lluvia, y el sol que rompía las nubes poco antes de desaparecer del todo, brillando en los charcos y los adoquines del Barrio Latino. El problema es que no sé si este recuerdo es mío, o de mi relato del viaje.

domingo, 21 de mayo de 2006

SIGUE CORRIENDO (2ª parte)

Vivían de lo que robaban, de todo aquello que podían forzar, estafar, tirar, engañar y tomar en un descuido. Hubo días que durmieron en la calle y pasaron hambre, pero también hubo otros en los que tuvieron el techo de una pensión sobre ellos, que los albergó para frugales banquetes. Alguien, en un alarde de originalidad, los bautizó como los Bonnie y Clyde de Carabanchel. Por debajo de la M-30 y más allá incluso de Usera todo el mundo sabían quiénes eran.
Ellos dos, por su parte, pronto aprendieron todos los trucos posibles, todas las argucias: desde los cambios de turno de los centros comerciales hasta la puerta por la que era mejor entrar y cuál era también la mejor salida de los supermercados, los hábitos de los vigilantes, de los tenderos, el momento en el que había más gente en las tiendas de ropa de moda para pillar una cazadora de piel y salir corriendo con ella, antes de que pudiera reaccionar el segurata, avisado por los dispositivos sonoros de alarma. Como aquella tarde en la que los vi huir del Hipercor a toda prisa: sabían por qué calle desaparecer, en qué esquina respirar o en qué boca de garaje esconderse.
Apretaban contra su pecho lo que demonios hubieran robado (una caja de galletas danesas, un paraguas, unos zapatos, aquel foulard rosa que a ella tanto le gustaba). Los perdí de vista al volver la esquina, y el resto es una historia que el boca a boca no ha tardado en hacer circular. Hay quien dice que él vio venir el coche y hay quien dice que no. Hay otros (de los primeros) que también son capaces de jurar que él se interpuso para que no atropellara a la muchacha, pero no falta quien asegura que el coche lo atropelló sin que pudiera reaccionar.
La cuestión es que en ese momento ella iba por delante y comprendió lo que había pasado. Aquello lo habían contemplado ya en sus planes, y tenían hablado que el otro, en todo caso, nunca se detendría ni se volvería a recoger al que hubiera caído. Era una cuestión de pragmatismo, y así lo hizo la muchacha. Pero no por este acuerdo, ni por una reflexión fría, sino porque sus piernas corrían más rápidas que su cerebro, que no había tenido tiempo de recordar lo pactado, y más rápidas aún que su corazón, que negaba los sonidos que había escuchado, el frenazo, el nefasto golpe seco, el crujido metálico de unos huesos que se rompen y el de un cristal que desgarra la carne. No quiso mirar hacia atrás, convencida de que, cuando llegaran a su esquina, él estaría ahí, sonriendo y asfixiado, seguro, con el foulard rosa que a ella tanto le gustaba agarrado con fuerza. Pero cuando llegó a la esquina, no se detuvo. Siguió corriendo, y corrió una manzana, y corrió otra manzana más, y entonces se dio cuenta de que llevaba llorando un rato y que la velocidad le había escurrido las lágrimas hasta la comisura de los labios, en la que ya notaba su sabor salado.

martes, 16 de mayo de 2006

SIGUE CORRIENDO (1ª parte)

Los vi salir a toda prisa del Hipercor. Apretaban contra su pecho lo que demonios hubieran robado esa tarde, y sin volver la mirada tomaron la esquina de una calle en la que los perdí de vista. Todavía iban a correr otra manzana entera, hasta tomar otra esquina en la que respirarían tranquilos, ya que nadie se apresuraría a darles caza tan lejos. Cuando los vigilantes de seguridad se hubieran puesto alerta, ellos dos ya se habrían perdido por la misma esquina de siempre.
Conocía su historia desde el principio. Los dos eran de un pequeño pueblo del sur. Allí, ella era cajera de un supermercado y él hacía el turno de noche en una gasolinera cercana. Él se pasaba siempre por el supermercado todos los días, casi cuando iba a cerrar y él iniciaba su turno. Compraba cualquier cosa, cualquier chuchería que comer durante la noche, más por aburrimiento que por hambre. Empezó a hacerle bromas y a ella empezaron a hacerle gracia. Estas bromas se volvieron cada vez más picantes y arriesgadas, y al final se enamoraron.
Un día, cuando el supermercado estaba ya casi vacío, él le dijo:
- Vámonos juntos. Damos el palo aquí y luego en la gasolinera, y nos escapamos.
Ella creyó que bromeaba, pero comprendió que no, y sin saber por qué, un impulso le llevó a decirle que en cinco minutos se iban a quedar solos ella y el jefe, que éste vendría a hablar con ella un rato y que empezaría a sobarla.
- Aprovecha, la puerta de atrás la deja abierta a esa hora, y le das fuerte.
Cuando el jefe le puso la mano en el culo, el muchacho le atizó por detrás con una botella de vino malo. Terminaron de bajar las persianas metálicas y en quince minutos desvalijaron el despacho del jefe. Llenaron el maletero del coche de éste de provisiones y se fueron a la gasolinera.
Él actuó de forma normal. Pasaron otros quince minutos hasta que se quedó solo y al mando de la gasolinera. Ella llegó con el coche, lo recogió junto al botín de la caja, llenaron el depósito y salieron de allí pisando a fondo el acelerador.
Aquella noche hicieron el amor (habéis oído bien) en un área de descanso de una autovía que pasaba por Cuenca. Durmieron abrazados en el asiento de atrás y a la mañana siguiente llegaron a Madrid.

viernes, 5 de mayo de 2006

OTRA METAMORFOSIS

Después de tanto tiempo
creyendo que tenía un toque especial,
que había en mí un poeta,
hoy me he despertado
tras otra horrible pesadilla,
convertido en un tópico,
un hombre tópico, quiero decir:
estándar, para entendernos.

Un hombre con sus complejos,
su obsesión fálica por la virilidad,
por el “más que nadie”,
y cuya felicidad está en función
de los goles y la cerveza,
del tamaño de las tetas
de las mujeres.

Eso es lo que soy:
un horrible tópico.
Tendré que dejar el psicoanálisis:
Freud tenía razón.
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P.D.:
- Doctor, ¿cómo ha dicho que se llama eso?
- Su problema tiene un nombre: "complejo de Homer Simpson"

miércoles, 3 de mayo de 2006

JUEGO

Encuéntrese en esta imagen los mil y un motivos para volver a casa.

jueves, 27 de abril de 2006

El rey del barrio

Hubo un tiempo en que nuestro barrio se movía al ritmo de tu flequillo, y la moda era la que tú marcabas con los cortes de pelo más arriesgados. Era una época en la que todo se cocía en torno a la barbería. Fuiste el primero en conducir, con la ventanilla bajaba, mientras los demás nos resignábamos a seguir el rastro de tu música a todo volumen. Eras el que más goles marcaba, y fuiste también el primero de todos al que la policía detuvo. Pero, tranquilo, tu padre, a pesar de su mal genio y su lengua sucia, era el presidente de la asociación de vecinos. Fuiste el primero en tirarte a la mayor de aquellas dos hermanas, las de tetas grandes y labios carnosos. Nadie te tosía, todos te respetaban y tu fama llegaba más lejos que tú. Luego dejaste embarazada a tu chica. Te casaste con ella y un tío tuyo te buscó trabajo en una fábrica.
Entonces, no sabrías decir cuándo, todo empezó a ir mal. Ella resultó no ser tan buena en la cocina como en el asiento trasero de un coche. En el trabajo no soportabas las voces que te daba un jefe que se creía el rey de una fábrica a la que estaba condenada la escoria de la ciudad. Los viernes, terminabas la semana tan cansado que ni siquiera pensabas en jugar al fútbol. Los chicos ya no iban por el bar en el que os veíais siempre. Se lo pasaban mejor fumando chocolate en el parque o durmiendo todo el día, así que el bar cerró. Tu peluquero se cambió de barrio, harto de que le rompieran el cristal de la puerta. Tuviste que ir a beber cerveza en otro bar, rodeado de viejos y jubilados. Volvías a casa borracho y te quedabas dormido en el sofá. Parecías una peli de Scorsese en el extrarradio. Poco a poco la vida te atrapó y te convirtió en una persona normal. Ayer, sin ir más lejos, descubriste que tu mujer (la de labios carnosos y tetas grandes) se había enganchado a la coca y, para pillar gratis, se follaba al moro que le pasaba. En vez de ajustarle las cuentas, te pusiste a llorar imaginándote la escena, con el cochecito de la niña al lado de la cama.

martes, 25 de abril de 2006

¿Vienes a la cama, cariño?

Carolina aún olía a ducha cuando entró en el dormitorio. Iba envuelta en una toalla y desnuda de cintura para arriba. Carlos levantó la mirada del libro que leía y espió sus pechos. Luego, bajó los ojos otra vez al libro. Perdemos algo cuando regañamos con aquellos que nos lo han dado… Por el rabillo del ojo sintió a Carolina frente al armario, moviendo ropa, abriendo algunos cajones. …y no queremos ya que nada nos lo recuerde. Cerró las puertas. Carlos volvió a levantar los ojos: había sustituido la toalla por una de sus braguitas color carne para dormir y los pechos los tapaba una camiseta ancha que le robaba por las noches. Carlos siguió con Freud. O también cuando se desvanece el afecto que teníamos a tales objetos… Carolina abría cajones de la cómoda, bajaba la cabeza hacia el interior para buscar algo, levantaba los juegos de sábanas y la ropa que guardaba en ellos, y los volvía a cerrar. Carlos encendió la luz del techo por si le servía de algo. … y queremos reemplazarlos por otros más o menos mejores. Inquieta, también miró en las dos mesitas de noche, una a cada lado de la cama, una para cada uno de ellos. Entonces salió de la habitación. Mientras leía, Carlos siguió el sonido de sus pasos descalzos. Quince o dieciséis, tal vez diecisiete: había ido al baño. En efecto, escuchó a Carolina abrir la puerta. A esta misma actitud con respecto al objeto responde también el hecho de dejarlo caer, romperlo o estropearlo. En el tiempo que estuvo en el baño, Carlos llegó a un párrafo de la siguiente página. … y, sin embargo, no son tan raros los casos en que las circunstancias concomitantes de una pérdida… Carolina volvió a la habitación y se sentó a los pies de la cama, cansada de su infructuosa búsqueda. …revelan una tendencia a alejar provisionalmente o de un modo durable el objeto de que se trata. Carlos cerró el libro y se irguió un poco hacia ella. Iba a preguntarle qué es lo que buscaba, pero fue Carolina la primera en abrir la boca:
- ¿Has visto los condones?
Carlos se lo pensó un segundo, y se volvió a echar hacia atrás:
- No, creía que los guardábamos en tu mesita de noche.

sábado, 22 de abril de 2006

GUARDAR LA MEMORIA / 3ª parte

¿Y si comenzamos a perder la memoria, a confundirla, a mezclar sucesos que nunca pasaron, que estuvieron a punto de pasar, o que, simplemente, hemos inventado? ¿Qué queda de nosotros, de nuestra vida, de lo que hemos sido si miramos a los ojos de nuestros hijos o de nuestra mujer, y nos resultan desconocidos? ¿Qué es lo que somos entonces, puesto que ya no tenemos una memoria o unos recuerdos, nuestros verdaderos nombres y apellidos? Quizá por eso nos da tanta pena esos ancianos postrados en una cama, que miran al techo, al vacío, que apenas pueden hablar ni articular una palabra, y que, cuando lo consiguen, es para confundir los nombres de sus hijos, de sus nietos y hasta los de su mujer, que ve como el hombre con el que se casó, con el que ha compartido toda su vida, cae en un saco de olvido, del que ya nunca saldrá por mucho que le hable y trate de hacerle recordar un tiempo lejano, en el que los dos eran la envidia del pueblo por lo bien que él bailaba los pasodobles en las fiestas. Ahora sólo es una cáscara vacía de recuerdos que la enfermedad ha consumido, un espectro de huesos que ya no parece el hombre fuerte y robusto que un día fue. Nos da imiedo esa imagen de fantasmas en vida. Queremos, por eso, agarrar recuerdos y tenerlos bien cerca, almacenados en orden, para cuando nos llegue el momento a nosotros, sentirnos seguros de que nada se nos olvidará. Guardamos la memoria no por otra cosa sino por miedo.

jueves, 20 de abril de 2006

GUARDAR LA MEMORIA / 2ª parte

Llenamos nuestro puesto de trabajo con fotos de nuestros hijos, de nuestros padres o de nuestros amantes, coleccionamos las servilletas de papel de los restaurantes en los que comemos, las entradas de los museos que visitamos tres o cuatro veces al año, las de los cines, siempre que se traten de películas dignas de recordar, rebosamos álbumes con nuestras fotos de la universidad, incluso las malas (en las que salimos de espaldas o desenfocados) para tener la prueba de que también fuimos jóvenes, como otras imágenes de excursiones y reuniones, que se pierden en cajas de zapatos, las de un concierto inolvidable del que sacamos cientos de fotos, las de un partido crucial para la historia del deporte, del que podremos decir que estuvimos allí porque hay imágenes que lo demuestran, porque las tomamos con nuestra cámara digital, ese prodigio que nos permite de una forma fácil y cómoda (nada del engorro de llenar cajas y álbumes con fotos en papel) guardar trescientas, seiscientas, mil fotos de un mismo evento, elevar los recuerdos al máximo exponente. La memoria se hace algo tan material, tan perceptible que, como la casa o el trabajo, nos empeñamos en protegerla, en guardarla. ¿Por qué? Porque nos hace sentirnos seguros. Pero, ¿qué pasa cuándo la memoria falla y no recordamos? ¿Somos las mismas personas sin nuestros recuerdos?

martes, 18 de abril de 2006

GUARDAR LA MEMORIA / 1ª parte

La gente tiene cada vez más miedo a perderlo todo. Miedo a perder su casa, su familia, su trabajo, su dinero. Miedo a que alguien venga y se lo quite. ¿A qué se debe, si no, la fiebre por la seguridad en nuestros días? Seguridad con la que, por cierto, no queremos protegernos a nosotros mismos, sino nuestras cosas. Pero también hay otra cosa que tememos perder: la memoria. No me refiero a olvidar una cita o la lista de la compra. Me refiero al temor que tiene todo ser humano de perder sus recuerdos, sus vivencias y sus historias. El miedo a no tener pasado y, seguramente, tampoco futuro, a ser un ente vagabundo sin nada, ni un solo recuerdo con el que sostener su memoria como individuo. No hay nada más que ver el empeño de la gente (ayudada por la tecnología cada vez más precisa) en guardar todos los recuerdos sensibles de convertirse en memoria. Vídeos, fotos, grabaciones, fetiches… Todo se guarda, todo se acumula y se lleva siempre presente donde quiera que nos desplacemos. En esta sociedad en la que todo cambia tan rápido, en la que las noticias estallan y se olvidan con la velocidad del ADSL, queremos cosas que permanecen, que sabemos que tenemos porque las hemos vivido, y eso nadie nos lo podrá quitar salvo si lo olvidamos. Así que nos empeñamos en no olvidar, guardar la memoria.

martes, 21 de marzo de 2006

EN LA VENTANA

Me gustaría tener un piso con una ventana que diera sobre la Gran Vía, y si lo tuviera, me gustaría pasar el tiempo asomado a ella, todo el día tal vez. Me gustaría pasar la vida entera así. Me crecerían la barba y las uñas, mi piel se quemaría por el sol y la intemperie. El teléfono sonaría una y otra vez, sin que nadie contestara, y las cartas se amontonarían en el buzón. El jefe me buscaría con desesperación, un telegrama diría “despedido” y, tras varios avisos, otro diría “embargo”. Yo seguiría allí asomado, sin nada que hacer, sólo observar con atención de entomólogo nabokiano a los bichitos que circulan por la Gran Vía, con sus prisas, sus problemas y sus vidas. Imaginándolos y dejándolos pasar en silencio, sintiendo en la lejanía el rastro que sus historias dejan tras de ellos, que queda en el aire por unos segundos. No me gustaría hacer nada más que eso, todo el día asomado a la ventana. Como aquel personaje de un cuento de Cortázar que observaba a otros bichitos raros:

“Hubo un tiempo en que yo pensaba mucho en los axolotl. Iba a verlos al acuario del Jardin des Plantes y me quedaba horas mirándolos, observando su inmovilidad, sus oscuros movimientos. Ahora soy un axolotl”.

Sin embargo, sé que yo nunca llegaré a ser un axolotl. Vuelvo a tomar las palabras de otro cuento de Cortázar:

“Me dolía un poco no estar del todo en el juego, mirar a esa gente desde fuera como un entomólogo. Qué le iba a hacer, es una cosa que me ocurre siempre en la vida, y casi he llegado a aprovechar esa aptitutd para no comprometerme”.

Qué le iba a hacer yo: un piso en la Gran Vía no está al alcance de mis posibilidades.

martes, 14 de marzo de 2006

LA METAMORFOSIS

Cuando una mañana me desperté,
después de un sueño intranquilo,
me contré convertido en una horrible opinión pública.

Con sus patitas, su caparazón y todo.
Así, vuelto hacia arriba, veía mi tendencia
a seguirle la corriente a los tertulianos.

Junto a mí, la radio vociferaba
y cerré los ojos esperando despertar del sueño,
pero fuera me esperaban más opiniones públicas.

Con sus patitas, su caparazón y todo.

jueves, 9 de marzo de 2006

VARIOS

De un poema de Fernando Pessoa, un hombre que fue, por lo menos, tres o cuatro además de él:

Tengo tanto sentimiento,
que es frecuente persuadirme
de que soy un sentimental,
mas reconozco, al medirme,
que todo eso son pensamientos,

que al final nunca sentí.

Tenemos, todos los que vivimos,
una vida que es vivida
y otra vida que es pensada,
y la única vida que tenemos
es ésa que está dividida
entre la verdadera y la errada.

Cuál sin embargo es la verdadera
y cuál la errada, nadie
nos lo sabrá explicar;
y vivimos de manera
que la vida que tenemos
es la que tenemos que pensar.

miércoles, 1 de marzo de 2006

AZAR, CASUALIDAD

Las casualidades, a veces, parecen tan mágicas que no me extraña que los antiguos acabarán creyendo en la existencia de algo por encima de nosotros. Bisontes en paredes ahumadas, serpientes emplumadas, humanos con rostro de gacela, elefantes blancos, hombres crucificados y lunas crecientes. Todo eso, ya sabéis. Del azar al destinado predestinado, luego la mitología, los credos y las religiones.
- Tres euros con sesenta y cinco – dice la cajera.
Saco el billete de veinte euros.
- ¿Tienes los sesenta y cinco?
Busco las monedas. Llevo una de cincuenta céntimos en la cartera.
- Pues creo que no voy a llevar.
Busco de nuevo. Una moneda de dos y otra de un céntimo.
- A lo mejor sí.
En un bolsillo de la cazadora: nada.
- No, no. Creo que no
En el otro: una moneda de dos céntimos, la vuelta de algo que compré hace poco, el pan nuestro de cada día, quizá.
- Espera, espera – le digo a la chica, que me mira con cara de si-me-das-los-senta-y-cinco-me-salvas-la-vida.
En el pantalón. Busco en el pantalón porque no había caído en la cuenta. En los bolsillos de delante, nada. Y, en los de atrás, ahí están: diez céntimos, los diez céntimos que me faltaban hasta los sesenta y cinco.
De repente, todo encaja de tal forma que parece que alguien lo ha querido así. Miro hacia arriba, para dar las gracias, pero me encuentro con un techo amarillo y sucio, unos tubos fluorescentes llenos de moscas y mosquitos, muertos, chamuscados.
A la salida del súper, hay una mujer tomando mate enfundada en un abrigo marrón. Me sonríe. ¿Habrá sido ella?

jueves, 23 de febrero de 2006

ÚLTIMA HORA

Un desgraciado suceso ha ocurrido esta tarde en nuestra comarca. Un camión, matrícula 6741 BMM, que circulaba por la C-28 que une nuestro pueblo con el pueblo vecino, se ha salido de la calzada al tomar una curva a la altura del punto kilométrico 9. Tras chocar y derribar el quitamiedos que ejercía de protección, ha caído por el terraplén continuo, dando una serie de vueltas de campana (según testigos presenciales, en torno a cuatro o cinco) y ha terminado por encallar en un grupo rocoso. La voz de alarma ha sido dada por el conductor de un turismo, matrícula desconocida, que circulaba detrás del camión y ha sido testigo del suceso. Los servicios médicos se han personado en el lugar del accidente en apenas veinte minutos. Se procedió a una trabajosa operación para rescatar al conductor de entre el amasijo de hierros en el que quedó convertida la cabina. A continuación, se le trasladó al hospital comarcal. Según estos mismos servicios médicos, el conductor del camión se encuentra en estado grave, aunque no se teme por su vida. Entre los motivos del fatídico accidente, la Guardia Civil, que desde el primer momento ha llevado una intensa labor de investigación, ha evaluado todas las pruebas y testimonios disponibles y cree que existen certezas más que suficientes para pensar que, con toda probabilidad, un exceso de velocidad ha podido ser la raíz del suceso, puesto que se descarta la intervención de ningún otro vehículo que causara la salida de la carretera del camión. El vehículo en cuestión se trata de un camión de reparto de correos, que realizaba su ruta semanal hasta nuestra pequeña población. Por desgracia, la carga ha quedado desperdigada por el suelo. Se extraviaron, entre otras cosas, un número atrasado de la revista National Geographic y un pedido exótico a una librería extranjera. Las cartas de amor tampoco llegarán, así que los amantes que las esperan, enloquecerán de celos o despecho. Los otros, los que las habían escrito y esperaban respuestas, también enloquecerán de celos y despecho. Para los que esperaban otro tipo de noticias: el niño sigue bien y manda abrazos. Por la publicidad y la propaganda, no se preocupen: siempre encuentran otros canales, al igual que las cartas del banco, de la telefónica, del gas y de la hipoteca. Lo sentimos, hoy no habrá buenas noticias en el correo, aunque tampoco llegarán las malas.

sábado, 11 de febrero de 2006

PAUSA PUBLICITARIA

Vendrás a por mí, y te estaré esperando, con la guardia baja y los ojos caídos. Estaré listo para tus encantos, tus luces, tus colores, tus cancioncillas y tus vídeoclips. Me seducirás, y te quedarás con mis sueños y hasta con la más pequeña de mis aspiraciones. Después de todo, "voluntad", mi voluntad, rima con tu nombre, "publicidad".

(Esta pausa publicitaria no tiene patrocinador, pero es que tampoco está disponible)

martes, 7 de febrero de 2006

OJO

Tienes una mirada penetrante, lo que no importaría mucho, después de todo la gente se arremolina en la calle y atrae sobre sí las miradas, pero tú posees la valentía de tu mirada y la fuerza necesaria para ver más allá de la mirada; esa cualidad de ver más allá es lo más importante, y tú lo sabes.
Cartas a Milena
Franz Kafka
(Para todos aquellos que Kafka es un escritor oscuro y pesimista. Bueno, sí, un poco sí que lo era, pero a veces tenía estos detalles)

domingo, 5 de febrero de 2006

PREVISIÓN METEOROLÓGICA

Este fin de semana nos espera una ligera subida de temperaturas en Madrid, con cielo despejado y mañanas luminosas. A pesar de todo, no dejen de abrigarse al salir a la calle.

(Esta imagen está tomada desde otra de mis ventanas)

viernes, 3 de febrero de 2006

UNA TARDE PERFECTA

Hay días que nadie puede estropear.
No te cortas al afeitarte,
Todas las mujeres guapas te sonríen
y todas las cervezas están frías.

Encuentras un disco de Miles Davis
(una rareza) en oferta.
Ves en la calle a esa chica
por la que te masturbabas en el instituto.

Y te sientes tan feliz mientras conduces,

Escuchando esa canción de un tipo
Que bailaba, mejilla con mejilla,
En las calles de Nueva Orleáns,
Con la reina de Nueva Orleáns,

Tan feliz en esta ciudad de polvo y sol,
Que obedeces las normas de circulación
Y paras en el paso de cebra
Y dejas pasar a los peatones.

jueves, 2 de febrero de 2006

DOS DESCONOCIDOS

La vida de los desconocidos a veces nos resulta fascinante, aunque sea sólo un breve encuentro o una visión fugaz. Por ejemplo, la pareja de la otra noche. Durante un minuto y pico, más o menos, aquellos dos desconocidos concentraron mi atención hasta convertirse en parte de mi vida. Era un martes de invierno, en la madrugada. Desde la ventana, vi cómo atravesaban mi calle de un extremo a otro, por la acera. Al principio, sólo eran dos puntitos negros que entran por la calle, caminando en silencio, ella con un abrigo largo y zapatos bonitos de tacón, él con una especie de gabardina, las manos en los bolsillos y el cigarrillo en equilibrio en la comisura de los labios, a lo Humphrey Bogart. Los dos jóvenes, pero rozando ya los cuarenta años. Ella era morena, con el pelo recogido en una cola alta, y no dijo nada hasta que casi estaban frente a mí ventana. Él se encogió de hombros, mirando hacia delante. Ella volvió a insistir con otra frase, que acompañó con un gesto de cabeza. Él se pegó al brazo de la mujer y con otro gesto de cabeza, sin dejar de mirar hacia delante, dijo un monosílabo, por si acaso se le caía el cigarrillo. Entonces, ella habló de nuevo, mientras pasaban frente a mí y comenzaban a enseñarme la espalda. El hombre contestó con su habitual laconismo y ella respondió agarrándolo del brazo, dándole un beso en la mejilla. Sin duda venían de algún tipo de fiesta, cena o celebración. Me lo decían sus zapatos de sábado en la madrugada, helada y húmeda, de un martes, lo extraño del día y de la hora, el hecho de que fueran las dos únicas personas que caminaran por una calle desierta, pero tan concurrida y larga a diario, y, más que nada, la tranquilidad y la poca prisa con la que andaban, como si ya estuviera todo hecho. Poco a poco, la voz de la mujer fue apagándose a lo lejos y la espalda del hombre se convirtió en la de Humphrey Bogart alejándose por la pista de despegue en la última escena de Casablanca. Al final, doblaron la esquina de la calle, se llevaron el misterio de su vida que me había dejado pegado y atento a su trayectoria, de dónde venían al entrar en la calle y dónde iban al girar la última esquina, su conversación apenas audible, el amor, que a pesar del frío, flotaba entre los dos bajo la luz amarilla de las farolas. Aún me quedé otro minuto allí, por si rehacían el camino. Pero comencé a sentir frío, y lo próximo en pasar por la calle sería el camión de la basura.

martes, 31 de enero de 2006

UNA FOTO

Una tarde de enero, sobre las cinco. Cielo de invierno azul y limpio en Madrid. Mientras leo en la cama y escucho buena música, el aire frío de la sierra se cuela por la ventana. Un momento tranquilo. Una foto que, en apariencia, no dice nada, pero que dice mucho.

("Libro, nube... ése es mi descanso", de una canción de "El último de la fila")

lunes, 30 de enero de 2006

LA HOGUERA

Se hizo bibliotecario de la pequeña biblioteca de su ciudad para estar cerca de los libros, rodeado de ellos. Quería ser escritor y aprender de los grandes maestros de la literatura. Pensó que su proximidad, su continua lectura de obras universales le serviría en su aprendizaje. Sin embargo, con el paso del tiempo y la imposibilidad de escribir un libro, ni tan siquiera una frase buena, convirtió al pequeño bibliotecario de pueblo en un ser tímido y acomplejado. La decepción le hacía pensar que nunca sería incapaz de escribir nada que estuviera a la altura de sus ídolos, que ellos habían escrito todo lo bueno que había por escribir y todo intento de igualarse a ellos iba a ser vano e infructuoso. Todo estaba hecho ya. Enloquecido por su incapacidad de escribir, entró en la biblioteca una noche e hizo una enorme hoguera con todos los libros. Había que empezar la Historia de la literatura desde el principio para que sus libros tuvieran sentido. Pero como él era también un personaje de ficción, el protagonista de esta breve historia, el pequeño bibliotecario ardió junto a Sherlock Holmes, Don Quijote, Madame Bovary, el coronel Aureliano Buendía, Raskolnikov, Lady McBeth, los Tres Mosqueteros, la Maga, Stephen Dedalus, el Marqués de Bradomín, el capitán Ahab, Pedro Páramo, Gregor Samsa… y, bueno, todos los demás también.

sábado, 28 de enero de 2006

OLA DE FRÍO

En invierno, la sociedad tiende a dividirse en dos clases sociales. Los que, dignos y prepotentes, miran a los otros por encima del hombro cuando afirman "yo no soy de esos" o preguntan con desprecio "¿tú también eres de esos?", y los que son de esos. A mí no me da miedo reconocer que yo sí soy de esos que, al dormir, se sacan los calcetines por encima del pijama para que no se suba la pata y, así, no entre el frío. Sí, yo también soy de esos.

sábado, 21 de enero de 2006

TODO TAN RÁPIDO

En mi sueño, todo el mundo iba muy, muy rápido, y yo estaba ahí, quieto, sin hacer nada. Quiero decir que, poco a poco, todo empezaba a girar como en un tiovivo, y que la gente iba cada vez a más velocidad, y yo estaba ahí, quieto. Sin hacer nada. Los hombres y mujeres crecían, se tocaban, se gustaban, iban para acá y para allá, viajaban y sonreían, con estruendosas carcajadas que sonaban como desde detrás de una pared. Todo iba muy, muy rápido, y yo estaba, ahí, quieto. Era un espectador mudo de todo lo que pasaba a mi alrededor, de todo lo que los demás hacían a una velocidad a la que yo no podía incorporarme, como si algo me tuviera atenazado de horror. Un tiovivo, con sus luces incluidas, iba y venía, me rodeaba, y las risas continuaban, y todos hacían cosas, no sé muy bien decir qué hacían, pero hacían cosas mientras yo estaba ahí, quieto. Echaban fotos, ganaban premios, merendaban tartas y pasteles de chocolate, lloraban extasiados, y se hacían regalos de última tecnología. Quise saber, me pregunté por qué yo no iba tan rápido como los demás, pero hasta mis ideas estaban paradas. Lo único cierto es que estaba ahí, quieto, y veía que todo se movía a una velocidad endiablaba, y que yo no era capaz de ir tan rápido.

lunes, 9 de enero de 2006

ÍTACA

Ítaca, después de todo,
era un montón de piedras
rodeado de desierto,
viejos agonizando en habitaciones de hospital,
una madre enferma,
un coche estropeado en la puerta del taller,
sucio de cagadas de pájaro.

Ítaca, después de todo,
no era más que un barrio pobre
en el extrarradio de una ciudad de segunda
sometida a la dictadura del sol y el ladrillo.

Ítaca, después de todo.

jueves, 5 de enero de 2006

SUÉLTALO YA

“Suéltalo ya”, le dijo Humphrey Bogart a la dama. Sólo unos segundos antes yo te había dicho “suéltalo ya”, mientras veíamos la película, y entonces Humphrey Bogart dijo “suéltalo ya”, y yo me quedé atónito mirando la pantalla, y tú también, pero tú me mirabas a mí. Como cuando estás leyendo la palabra convergencia en un libro o en el periódico y de repente la escuchas en el telediario o en una canción, a la vez, y no te queda más remedio que levantar la cabeza de lo que lees, atónito, y preguntarte por la casualidad o por la probabilidad de que, entre las cien o doscientas mil palabras que conforman un libro, el presentador o Humphrey Bogart repita, ya no sólo una palabra, sino una expresión completa. “Suéltalo ya”. Como si Humphrey Bogart supiera lo que pensaba y lo que iba a preguntarte, y ya los dos sin saber exactamente qué hacer, mirando atónitos al televisor, cuando Bogart, en el papel de Sam Spade o Philip Marlowe, private investigator, le preguntaba a una bella dama por algo e insistía “suéltalo ya”. SS o PM, qué más da, querían saber si la bella, joven y atractiva dama engañaba a su marido con otro tipejo, y en ese momento ni tú ni yo éramos conscientes de lo que estaba pasando a nuestro alrededor. Así que confesé que había contratado a un detective para que te siguiera, y tú arrancaste (arrancaste, como si el llanto fuera un motor) a llorar y te tapaste la cara y me dijiste que te veías con otro. Aunque puede que Humphrey Bogart nunca dijera aquella frase en ninguna película, como tampoco nunca dijo play it again, Sam. De todas formas, no estoy seguro de nada. Sam Spade y Philip Marlowe se parecen tanto que cualquiera diría que tienen la cara de Humphrey Bogart.

lunes, 2 de enero de 2006

LA LLANURA QUEMADA POR EL SOL

El lobo se tumba a la sombra del árbol,
sobre una roca desde la que otea la llanura despejada,
el horizonte partido en dos por una columna de humo que asciende
igual de lenta que un puñado de arena del desierto
que busca el suelo entre los nudillos de un hombre.

El lobo deja caer la cabeza sobre las patas delanteras.
Bajo el árbol, bosteza y mira la llanura quemada por el sol,
el horizonte, el cielo azul, el humo lejano.
No hay otra cosa que hacer, saciado tras la caza.
El lobo bosteza, todo está en calma.