martes, 21 de marzo de 2006

EN LA VENTANA

Me gustaría tener un piso con una ventana que diera sobre la Gran Vía, y si lo tuviera, me gustaría pasar el tiempo asomado a ella, todo el día tal vez. Me gustaría pasar la vida entera así. Me crecerían la barba y las uñas, mi piel se quemaría por el sol y la intemperie. El teléfono sonaría una y otra vez, sin que nadie contestara, y las cartas se amontonarían en el buzón. El jefe me buscaría con desesperación, un telegrama diría “despedido” y, tras varios avisos, otro diría “embargo”. Yo seguiría allí asomado, sin nada que hacer, sólo observar con atención de entomólogo nabokiano a los bichitos que circulan por la Gran Vía, con sus prisas, sus problemas y sus vidas. Imaginándolos y dejándolos pasar en silencio, sintiendo en la lejanía el rastro que sus historias dejan tras de ellos, que queda en el aire por unos segundos. No me gustaría hacer nada más que eso, todo el día asomado a la ventana. Como aquel personaje de un cuento de Cortázar que observaba a otros bichitos raros:

“Hubo un tiempo en que yo pensaba mucho en los axolotl. Iba a verlos al acuario del Jardin des Plantes y me quedaba horas mirándolos, observando su inmovilidad, sus oscuros movimientos. Ahora soy un axolotl”.

Sin embargo, sé que yo nunca llegaré a ser un axolotl. Vuelvo a tomar las palabras de otro cuento de Cortázar:

“Me dolía un poco no estar del todo en el juego, mirar a esa gente desde fuera como un entomólogo. Qué le iba a hacer, es una cosa que me ocurre siempre en la vida, y casi he llegado a aprovechar esa aptitutd para no comprometerme”.

Qué le iba a hacer yo: un piso en la Gran Vía no está al alcance de mis posibilidades.

martes, 14 de marzo de 2006

LA METAMORFOSIS

Cuando una mañana me desperté,
después de un sueño intranquilo,
me contré convertido en una horrible opinión pública.

Con sus patitas, su caparazón y todo.
Así, vuelto hacia arriba, veía mi tendencia
a seguirle la corriente a los tertulianos.

Junto a mí, la radio vociferaba
y cerré los ojos esperando despertar del sueño,
pero fuera me esperaban más opiniones públicas.

Con sus patitas, su caparazón y todo.

jueves, 9 de marzo de 2006

VARIOS

De un poema de Fernando Pessoa, un hombre que fue, por lo menos, tres o cuatro además de él:

Tengo tanto sentimiento,
que es frecuente persuadirme
de que soy un sentimental,
mas reconozco, al medirme,
que todo eso son pensamientos,

que al final nunca sentí.

Tenemos, todos los que vivimos,
una vida que es vivida
y otra vida que es pensada,
y la única vida que tenemos
es ésa que está dividida
entre la verdadera y la errada.

Cuál sin embargo es la verdadera
y cuál la errada, nadie
nos lo sabrá explicar;
y vivimos de manera
que la vida que tenemos
es la que tenemos que pensar.

miércoles, 1 de marzo de 2006

AZAR, CASUALIDAD

Las casualidades, a veces, parecen tan mágicas que no me extraña que los antiguos acabarán creyendo en la existencia de algo por encima de nosotros. Bisontes en paredes ahumadas, serpientes emplumadas, humanos con rostro de gacela, elefantes blancos, hombres crucificados y lunas crecientes. Todo eso, ya sabéis. Del azar al destinado predestinado, luego la mitología, los credos y las religiones.
- Tres euros con sesenta y cinco – dice la cajera.
Saco el billete de veinte euros.
- ¿Tienes los sesenta y cinco?
Busco las monedas. Llevo una de cincuenta céntimos en la cartera.
- Pues creo que no voy a llevar.
Busco de nuevo. Una moneda de dos y otra de un céntimo.
- A lo mejor sí.
En un bolsillo de la cazadora: nada.
- No, no. Creo que no
En el otro: una moneda de dos céntimos, la vuelta de algo que compré hace poco, el pan nuestro de cada día, quizá.
- Espera, espera – le digo a la chica, que me mira con cara de si-me-das-los-senta-y-cinco-me-salvas-la-vida.
En el pantalón. Busco en el pantalón porque no había caído en la cuenta. En los bolsillos de delante, nada. Y, en los de atrás, ahí están: diez céntimos, los diez céntimos que me faltaban hasta los sesenta y cinco.
De repente, todo encaja de tal forma que parece que alguien lo ha querido así. Miro hacia arriba, para dar las gracias, pero me encuentro con un techo amarillo y sucio, unos tubos fluorescentes llenos de moscas y mosquitos, muertos, chamuscados.
A la salida del súper, hay una mujer tomando mate enfundada en un abrigo marrón. Me sonríe. ¿Habrá sido ella?