miércoles, 24 de mayo de 2006

VIAJE

Es curioso que aquella canción no sonó ni una sola vez durante todo el viaje a París, y sin embargo me recuerde a ese viaje. Ni siquiera habla de esa ciudad. Le encontré una explicación en el hecho de que, al poco tiempo de volver de París, escribí un relato de ciento cincuenta y siete páginas sobre ese viaje, y la maldita canción sonaba una y otra vez en la radio. El problema es que en ese relato no contaba mi viaje, sino el de mi alter ego adolescente, que hacía el viaje y le pasaban casi las mismas cosas que a mí, en mi mismo recorrido y experiencia, pero tal y como me hubiera gustado que fueran, no como en realidad habían sido. Por eso, cuando escucho la canción recuerdo la modorra que nos invadió a todos una tarde en París, con las calles húmedas por la reciente lluvia, y el sol que rompía las nubes poco antes de desaparecer del todo, brillando en los charcos y los adoquines del Barrio Latino. El problema es que no sé si este recuerdo es mío, o de mi relato del viaje.

domingo, 21 de mayo de 2006

SIGUE CORRIENDO (2ª parte)

Vivían de lo que robaban, de todo aquello que podían forzar, estafar, tirar, engañar y tomar en un descuido. Hubo días que durmieron en la calle y pasaron hambre, pero también hubo otros en los que tuvieron el techo de una pensión sobre ellos, que los albergó para frugales banquetes. Alguien, en un alarde de originalidad, los bautizó como los Bonnie y Clyde de Carabanchel. Por debajo de la M-30 y más allá incluso de Usera todo el mundo sabían quiénes eran.
Ellos dos, por su parte, pronto aprendieron todos los trucos posibles, todas las argucias: desde los cambios de turno de los centros comerciales hasta la puerta por la que era mejor entrar y cuál era también la mejor salida de los supermercados, los hábitos de los vigilantes, de los tenderos, el momento en el que había más gente en las tiendas de ropa de moda para pillar una cazadora de piel y salir corriendo con ella, antes de que pudiera reaccionar el segurata, avisado por los dispositivos sonoros de alarma. Como aquella tarde en la que los vi huir del Hipercor a toda prisa: sabían por qué calle desaparecer, en qué esquina respirar o en qué boca de garaje esconderse.
Apretaban contra su pecho lo que demonios hubieran robado (una caja de galletas danesas, un paraguas, unos zapatos, aquel foulard rosa que a ella tanto le gustaba). Los perdí de vista al volver la esquina, y el resto es una historia que el boca a boca no ha tardado en hacer circular. Hay quien dice que él vio venir el coche y hay quien dice que no. Hay otros (de los primeros) que también son capaces de jurar que él se interpuso para que no atropellara a la muchacha, pero no falta quien asegura que el coche lo atropelló sin que pudiera reaccionar.
La cuestión es que en ese momento ella iba por delante y comprendió lo que había pasado. Aquello lo habían contemplado ya en sus planes, y tenían hablado que el otro, en todo caso, nunca se detendría ni se volvería a recoger al que hubiera caído. Era una cuestión de pragmatismo, y así lo hizo la muchacha. Pero no por este acuerdo, ni por una reflexión fría, sino porque sus piernas corrían más rápidas que su cerebro, que no había tenido tiempo de recordar lo pactado, y más rápidas aún que su corazón, que negaba los sonidos que había escuchado, el frenazo, el nefasto golpe seco, el crujido metálico de unos huesos que se rompen y el de un cristal que desgarra la carne. No quiso mirar hacia atrás, convencida de que, cuando llegaran a su esquina, él estaría ahí, sonriendo y asfixiado, seguro, con el foulard rosa que a ella tanto le gustaba agarrado con fuerza. Pero cuando llegó a la esquina, no se detuvo. Siguió corriendo, y corrió una manzana, y corrió otra manzana más, y entonces se dio cuenta de que llevaba llorando un rato y que la velocidad le había escurrido las lágrimas hasta la comisura de los labios, en la que ya notaba su sabor salado.

martes, 16 de mayo de 2006

SIGUE CORRIENDO (1ª parte)

Los vi salir a toda prisa del Hipercor. Apretaban contra su pecho lo que demonios hubieran robado esa tarde, y sin volver la mirada tomaron la esquina de una calle en la que los perdí de vista. Todavía iban a correr otra manzana entera, hasta tomar otra esquina en la que respirarían tranquilos, ya que nadie se apresuraría a darles caza tan lejos. Cuando los vigilantes de seguridad se hubieran puesto alerta, ellos dos ya se habrían perdido por la misma esquina de siempre.
Conocía su historia desde el principio. Los dos eran de un pequeño pueblo del sur. Allí, ella era cajera de un supermercado y él hacía el turno de noche en una gasolinera cercana. Él se pasaba siempre por el supermercado todos los días, casi cuando iba a cerrar y él iniciaba su turno. Compraba cualquier cosa, cualquier chuchería que comer durante la noche, más por aburrimiento que por hambre. Empezó a hacerle bromas y a ella empezaron a hacerle gracia. Estas bromas se volvieron cada vez más picantes y arriesgadas, y al final se enamoraron.
Un día, cuando el supermercado estaba ya casi vacío, él le dijo:
- Vámonos juntos. Damos el palo aquí y luego en la gasolinera, y nos escapamos.
Ella creyó que bromeaba, pero comprendió que no, y sin saber por qué, un impulso le llevó a decirle que en cinco minutos se iban a quedar solos ella y el jefe, que éste vendría a hablar con ella un rato y que empezaría a sobarla.
- Aprovecha, la puerta de atrás la deja abierta a esa hora, y le das fuerte.
Cuando el jefe le puso la mano en el culo, el muchacho le atizó por detrás con una botella de vino malo. Terminaron de bajar las persianas metálicas y en quince minutos desvalijaron el despacho del jefe. Llenaron el maletero del coche de éste de provisiones y se fueron a la gasolinera.
Él actuó de forma normal. Pasaron otros quince minutos hasta que se quedó solo y al mando de la gasolinera. Ella llegó con el coche, lo recogió junto al botín de la caja, llenaron el depósito y salieron de allí pisando a fondo el acelerador.
Aquella noche hicieron el amor (habéis oído bien) en un área de descanso de una autovía que pasaba por Cuenca. Durmieron abrazados en el asiento de atrás y a la mañana siguiente llegaron a Madrid.

viernes, 5 de mayo de 2006

OTRA METAMORFOSIS

Después de tanto tiempo
creyendo que tenía un toque especial,
que había en mí un poeta,
hoy me he despertado
tras otra horrible pesadilla,
convertido en un tópico,
un hombre tópico, quiero decir:
estándar, para entendernos.

Un hombre con sus complejos,
su obsesión fálica por la virilidad,
por el “más que nadie”,
y cuya felicidad está en función
de los goles y la cerveza,
del tamaño de las tetas
de las mujeres.

Eso es lo que soy:
un horrible tópico.
Tendré que dejar el psicoanálisis:
Freud tenía razón.
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P.D.:
- Doctor, ¿cómo ha dicho que se llama eso?
- Su problema tiene un nombre: "complejo de Homer Simpson"

miércoles, 3 de mayo de 2006

JUEGO

Encuéntrese en esta imagen los mil y un motivos para volver a casa.