El lobo se tumba a la sombra del árbol,
sobre una roca desde la que otea la llanura despejada,
el horizonte partido en dos por una columna de humo que asciende
igual de lenta que un puñado de arena del desierto
que busca el suelo entre los nudillos de un hombre.
El lobo deja caer la cabeza sobre las patas delanteras.
Bajo el árbol, bosteza y mira la llanura quemada por el sol,
el horizonte, el cielo azul, el humo lejano.
No hay otra cosa que hacer, saciado tras la caza.
El lobo bosteza, todo está en calma.
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