miércoles, 17 de octubre de 2007

HOTELES

Me gustan los hoteles porque me siento un desconocido. Un nombre, una reserva, un número de habitación. Asomarme a la ventana de la habitación y ver una ciudad diferente a la mía, ser un extraño, tal vez un extranjero que habla una lengua incomprensible. Me gusta quitarme mi piel diaria y no ser yo, ni siquiera otro, tan sólo nadie. Sacar el vaso de cristal de su bolsa de plástico y colocarlo sin usar junto a lavabo. Dejar las toallas en el suelo, si lo que quiero es que las cambien. Sentarme en el hall y ver a la gente que entra y que sale: familias, parejas, ejecutivos, turistas, ejecutivos con parejas, con familias, viajantes y viajeros... Luego, echo un último vistazo por la ventana y me meto en una cama, de sábanas blancas y frías, en la que nunca he estado.

domingo, 7 de octubre de 2007

GRAN VÍA


Gran Vía. Pasan coches descapotables, taxis y señoras de la alta sociedad a la salida de una de las cuarenta mil bodas que se celebran esta tarde de sábado. Una chica ecuatoriana le explica a otra lo que es el amor mientras esperan el autobús (...cuando pasas un día sin verlo y sientes cosquillas en el estómago...), y llegan a la conclusión de que le gustan más los latinos que los españoles. Dos rusos en una terraza piden vodka a una camarera colombiana ("sin hielo", precisan en un español inmaculado). Tres adolescentes marroquíes fuman y beben de una botella de Coca-Cola envuelta en una bolsa de plástico del Mercadona. Algunos se han vuelto locos y tiran los muebles por las ventanas.

jueves, 4 de octubre de 2007

SO FILL ME TO THE PARTING GLASS

Hoy han puesto en Radio3 una de esas canciones irlandesas que ponen los pelos de punta, aunque sean las cuatro de la tarde y vayas conduciendo camino del trabajo:The Parting Glass. Habla de los camaradas y las mujeres que se echarán de menos cuando uno abandone la ciudad, aunque de momento lo mejor será brindar, beber y que la alegría llene las copas de cada uno.

The Parting Glass

Of all the money e'er I had, I spent it in good company;
And all the harm I've ever done, alas was done to none but me;
And all I've done for want of wit, to memory now I can't recall,
So fill me to the parting glass, goodnight and joy be with you all.

Of all the comrades e'er I had, they're sorry for my going away,
And all the sweethearts e'er I had , they wish me one more day to stay,
But since it falls unto my lot that I should go and you should not,
I'll gently rise and softly call, goodnight and joy be with you all.

If I had money enough to spend and leisure time to sit awhile,
There is a fair maid in this town who sorely has my heart beguiled.
Her rosy cheeks and ruby lips, I own she has my heart in thrall,
So fill me to the parting glass, goodnight and joy be with you all.

No, esto no tiene que ver con lo de Carlos Llamas, pero cualquiera sabe, ya es casualidad.

martes, 2 de octubre de 2007

ESA GENTE DE LAS FOTOS ANTIGUAS

A mí me pasa, y al resto de personas también. En una foto en la que aparece un grupo de personas, siempre nos llama la atención otra que permanece apartada del grupo. Me pasó el otro día, en una exposición de un fotógrafo local de principio de siglo, Pedro Menchón. Como esa foto de los soldados del Cuerpo Expedicionario que tomaba el tren camino de Marruecos, allá por el año 1909. Lo que nos llama la atención es ese hombre subido en el vagón, con su gorra y su uniforme, quizá algún un empleado de la compañía ferroviaria.


Pero la más llamativa es sin duda la fotografía en contrapicado de la fachada de uno de los clubs sociales más importantes de la años 20, con sus detalles modernistas, y su terraza de veladores de mármol y sillas incómodas. En esta terraza, un grupo de camareros, de chaqueta blanca, sonríen junto a un grupo de parroquianos, desocupados, trabajadores en su hora del almuerzo y mozos de cuerda y rateros. De repente, en este aire de candidez que tienen todos los grupos de personas que sonríen en las fotografías antiguas, cuando las cámaras despertaban tanta extrañeza como curiosidad, a la misma altura de la cámara, sobre el atento grupo en la terraza y entre el cortinaje de una galería, aparece un hombre que mira fijamente a la cámara, sin sonreir, sin moverse, y es como si tantos años después mirara al espectador.