jueves, 2 de febrero de 2006

DOS DESCONOCIDOS

La vida de los desconocidos a veces nos resulta fascinante, aunque sea sólo un breve encuentro o una visión fugaz. Por ejemplo, la pareja de la otra noche. Durante un minuto y pico, más o menos, aquellos dos desconocidos concentraron mi atención hasta convertirse en parte de mi vida. Era un martes de invierno, en la madrugada. Desde la ventana, vi cómo atravesaban mi calle de un extremo a otro, por la acera. Al principio, sólo eran dos puntitos negros que entran por la calle, caminando en silencio, ella con un abrigo largo y zapatos bonitos de tacón, él con una especie de gabardina, las manos en los bolsillos y el cigarrillo en equilibrio en la comisura de los labios, a lo Humphrey Bogart. Los dos jóvenes, pero rozando ya los cuarenta años. Ella era morena, con el pelo recogido en una cola alta, y no dijo nada hasta que casi estaban frente a mí ventana. Él se encogió de hombros, mirando hacia delante. Ella volvió a insistir con otra frase, que acompañó con un gesto de cabeza. Él se pegó al brazo de la mujer y con otro gesto de cabeza, sin dejar de mirar hacia delante, dijo un monosílabo, por si acaso se le caía el cigarrillo. Entonces, ella habló de nuevo, mientras pasaban frente a mí y comenzaban a enseñarme la espalda. El hombre contestó con su habitual laconismo y ella respondió agarrándolo del brazo, dándole un beso en la mejilla. Sin duda venían de algún tipo de fiesta, cena o celebración. Me lo decían sus zapatos de sábado en la madrugada, helada y húmeda, de un martes, lo extraño del día y de la hora, el hecho de que fueran las dos únicas personas que caminaran por una calle desierta, pero tan concurrida y larga a diario, y, más que nada, la tranquilidad y la poca prisa con la que andaban, como si ya estuviera todo hecho. Poco a poco, la voz de la mujer fue apagándose a lo lejos y la espalda del hombre se convirtió en la de Humphrey Bogart alejándose por la pista de despegue en la última escena de Casablanca. Al final, doblaron la esquina de la calle, se llevaron el misterio de su vida que me había dejado pegado y atento a su trayectoria, de dónde venían al entrar en la calle y dónde iban al girar la última esquina, su conversación apenas audible, el amor, que a pesar del frío, flotaba entre los dos bajo la luz amarilla de las farolas. Aún me quedé otro minuto allí, por si rehacían el camino. Pero comencé a sentir frío, y lo próximo en pasar por la calle sería el camión de la basura.

1 comentario:

Anónimo dijo...

bonita tu calle...