jueves, 20 de abril de 2006

GUARDAR LA MEMORIA / 2ª parte

Llenamos nuestro puesto de trabajo con fotos de nuestros hijos, de nuestros padres o de nuestros amantes, coleccionamos las servilletas de papel de los restaurantes en los que comemos, las entradas de los museos que visitamos tres o cuatro veces al año, las de los cines, siempre que se traten de películas dignas de recordar, rebosamos álbumes con nuestras fotos de la universidad, incluso las malas (en las que salimos de espaldas o desenfocados) para tener la prueba de que también fuimos jóvenes, como otras imágenes de excursiones y reuniones, que se pierden en cajas de zapatos, las de un concierto inolvidable del que sacamos cientos de fotos, las de un partido crucial para la historia del deporte, del que podremos decir que estuvimos allí porque hay imágenes que lo demuestran, porque las tomamos con nuestra cámara digital, ese prodigio que nos permite de una forma fácil y cómoda (nada del engorro de llenar cajas y álbumes con fotos en papel) guardar trescientas, seiscientas, mil fotos de un mismo evento, elevar los recuerdos al máximo exponente. La memoria se hace algo tan material, tan perceptible que, como la casa o el trabajo, nos empeñamos en protegerla, en guardarla. ¿Por qué? Porque nos hace sentirnos seguros. Pero, ¿qué pasa cuándo la memoria falla y no recordamos? ¿Somos las mismas personas sin nuestros recuerdos?

No hay comentarios: