martes, 21 de diciembre de 2010

Rafael Méndez y la Residencia de Estudiantes

En Madrid, tras una cena sin duda larga y en buena compañía, dos jóvenes universitarios vuelven a su residencia. Es el Madrid de los años 20 del pasado siglo, y caminan por calles que cada vez les alejan más del centro. Un gitanillo les pide unas monedas a cambio de tocar la guitarra. En la frente de uno de ellos aún vuela la niebla del vino de la cena. “Baila, que yo te voy a cantar”, le dice al gitanillo, mientras afina la garganta.

Es Federico García Lorca el que canta y su vocecilla característica sería recordada en aquel preciso momento muchos años después, a miles de kilómetros de distancia, por Rafael Méndez (1906-1991), amigo del poeta y testigo de aquella escena.

Lo hace en sus memorias Vivencias Inversas, en el que dedica un amplio capítulo a hablar de la Residencia de Estudiantes, un referente cultural, científico e intelectual, que entronca directamente con la Institución Libre de Enseñanza o con el espíritu de la Junta de Ampliación de Estudios. Fue en octubre de 1910 cuando echó a andar, así que por lo tanto esta insigne institución ha celebrado durante este año su centenario, marcado por el sueño truncado de la Guerra Civil y la dictadura franquista.

Los recuerdos de Rafael Méndez nos llevan hasta la Colina de los Chopos, como la bautizó Juan Ramón Jiménez, donde “muchachos vestidos con sobria elegancia, amables, racionalistas” leían a Ortega y Gasset, Baroja o a Unamuno, al que una vez llegó a servirle café en una tertulia: “Fue una de mis experiencias más sensacionales”, admite el lorquino. Habla Méndez de los conciertos de Arthur Rubinstein, de la conferencia de Carter sobre Tutankamon. “Transportarse de una casa de huéspedes a la Residencia de Estudiantes era como entrar en un mundo maravilloso”.

Allí se convirtió en uno de los protegidos de Juan Negrín, tanto en lo científico como en lo político, compartió estudios y formación en el extranjero con Severo Ochoa y trabó amistad con grandes nombres de la cultura española como García Lorca y Luís Buñuel. “Buñuel, mucho más retraído, y siempre abstraído, nos saludaba cuando se acordaba de alguna de nuestras caras”, cuenta Rafael Méndez.

Sobre el poeta granadino dice que era “el más abierto”, del grupo formado por él mismo, Buñuel y Dalí. “A todos nos hablaba, por todos los nuevos preguntaba, hacía amistad con todos. Nos leía sus últimos romances”. Así, el investigador recuerda cómo García Lorca acudía a escribir por las tardes a la biblioteca de la Residencia. “Un buen día me dio a leer dos romances: el de la Pena Negra y Reyerta”. El poeta le preguntó cuál de los dos le gustaban más. “Los dos me entusiasmaron”, y por eso aún hoy las reediciones de Romancero gitano mantienen la dedicatoria original a Rafael Méndez.

Es fácil pensar que no existía mejor entorno para parir joyas de la literatura como aquel Romancero Gitano que un lugar pensado por y para la creación y la investigación. La Residencia de Estudiantes se encontraba en lo que por aquel entonces eran las afueras de Madrid, en un emplazamiento tranquilo y rodeado de espacios verdes, en el que también era habitual la práctica del ejercicio físico.

“No era fácil entrar en la residencia – explica Rafael Méndez -. La masa de aquellos muchachos constituía, en general, un gran grupo de selección”. Entre ellos incluye nombres de importantes científicos con los que volvería a encontrarse en el exilio. A estos se sumaría también Luís Buñuel, cuya relación se convertiría en México en una amistad forjada entre martini y martini, hasta el punto de servir de inspiración al cineasta: “Un día le preguntó Marga, mi esposa, que por qué no hacía una película en la que saliéramos sus amigos comensales. Le contestó con una pícara sonrisa:`ya la estoy haciendo’. Se refería al Discreto encanto de la Burguesía”.

En sus conversaciones asoma también el recuerdo de España y el de la Residencia de Estudiantes. Por supuesto, también el del malogrado Federico. “(Su muerte) fue, a mi manera de ver, uno de los muchos episodios criminales de la guerra que se dieron en los dos bandos, y al parecer más en el bando rebelde que en el republicano”.

“Y la bruma y el sueño y la muerte me estaban buscando”, escribía García Lorca en Poeta en Nueva York. A Estados Unidos se dirigió Rafael Méndez cuando abandonó España en 1939 tras la victoria del bando franquista en la Guerra Civil, en la que él había desempeñado varios cargos para el gobierno republicano. Como él, el exilio hería a toda una generación de intelectuales y artistas. Aquel sueño ilustrado e idealista de la Residencia de Estudiantes se desgarraba por la violencia, y sólo tras el desierto represivo de la dictadura podría retomar su camino, ya en 1986.

En nada de eso pensaban los dos jóvenes cuando caminaban por un Madrid noctámbulo y casi desierto, la noche en la que a uno de ellos, el poeta, le invitó a cantar un gitanillo. "Era mi voz antigua / ignorante de los densos jugos amargos", había escrito ese poeta a su vuelta de Nueva York. Tal vez es la inocencia primitiva de esa voz de García Lorca lo que hizo sonreír a su amigo Rafael. “Mientras recuerdo aquella escena que duró menos de un minuto, parece que la estoy viviendo”, escribió en sus memorias. De todos los recuerdos que se pueden guardar de un genio de las letras se quedó con éste, en el que la voz antigua aún no sabía del jugo amargo de la muerte.

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