jueves, 30 de septiembre de 2010

HIPERMUSEOS

La Capilla Sixtina se destiñe al ritmo del CO2 de los miles de personas que pasan a diario por ella: grupos de japoneses, mochileros alemanes, jubilados ingleses o comunidades religiosas españolas, incluso filipinas.

En París, una exposición retrospectiva sobre Monet cifra su éxito no en la calidad de la muestra, sino en el hecho de que pueda superar las 800.000 visitas.

Aumentan las visitas al British Museum, a la Tate Modern Gallery, al MoMA, al Museo Reina Sofía, al George Pompidou... Uno ya no sabe si es un museo o un parque temático.

Y, mientras tanto, la Monna Lisa se parte literalmente el culo de risa cuando el último grupo de turistas norteamericanos de agolpa delante de ella para sacarse la foto y preguntarse por el misterio de su gesto. Será durante unos segundos, porque a la puerta del Louvre, otros tantos miles de visitantes se preparan para entrar.

Esas colas inmensas de gente ante los museos, los pasos lentos y cansados de sus visitantes cuando al cabo de las horas alcanzan a llegar (casi por una feliz casualidad) a la pintura flamenca, de la que nunca habían oído hablar.

Por todas estas cosas, no tendríamos que hablar de museos, sino de "hipermuseos": espacios en el que la multitud de visitantes se desenvuelve con el mismo afán que en una gran superficie o un hipermercado, en el que los objetos de consumo son sustituidos por objetos de cultura. Son los hipermuseos. Es el consumismo cultural, en el que nos generan unas necesidades que realmente no tenemos.

Hasta el graffitero Bansky no ha podido escapar de hacer guiños a la Gioconda.

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