En La Habana, como en un yacimiento arqueológico, uno asiste al descubrimiento de los diferentes estratos que se han acumulado a lo largo de los siglos en sus calles y avenidas: la huella del pasado colonial español y el exotismo tosco y sencillo de su barroco, en combinación con la raíz caribeña; el refinado aroma francés del XIX; el utilitarismo estadounidense, residencial y casi de ciencia ficción, casi pop, de los años 40 y 50 del XX, frente al lujo de los hoteles de la mafia; la huella soviética, la realidad comunista, en la grandeza fría de algunos edificios y la pobreza de otros. Pero, sobre todo, uno tiene la impresión de estar en La Habana descubierta gracias a Guillermo Cabrera Infante, en esa ciudad que sufre caries descrita en "Tres Tristes Tigres" en 1964. Con textos de ese libro ilustro algunas de las fotos que me traje de allí.
"Estuvimos un rato hablando de ciudades, que es un tema favorito de Cué, con su idea de que la ciudad no fue creada por el hombre, sino todo lo contrario y comunicando esa suerte de nostalgia arqueológica con que habla de los edificios como si fueran seres humanos, donde las casas se construyen con una gran esperanza, en la novedad, una Navidad y luego crecen con la gente que las habita y decaen y finalmente son olvidadas o derruidas o se caen de viejas y en su lugar se levanta otro edificio que recomienza el ciclo."